Pregunté a uno de los marineros del barco de carga, llamado “Leónidas”, si estábamos en New York.
– No, no estamos en New York, hemos anclado en el puerto de New London y de aquí seguiremos hacia Inglaterra – me dijo el timonel Pérez Prado.
Mirando hacia la distante costa mientras el viento me golpeaba en la cara viniendo de diferentes direcciones le pregunte con una ignorancia atrevida;
– ¿Dónde realmente estamos? –
– New London es un puerto del estado de Connecticut, Estados Unidos – respondió Prado.
Mi voz, cambio a tono de sorpresa – ¿Estamos en América? –
– Sí, estamos en América – respondió Pérez Prado.
Curioso mientras miraba sobre la borda del barco pregunté – ¿Qué distancia hay de aquí a la playa?
– Aproximadamente 4 millas. Yo iré nadando hacia la playa.
– ¿Estás loco, tú sabes lo que hay que nadar para llegar allá?
– Sé nadar tú lo sabes, y quiero que me ayudes. El capitán del barco no debe enterarse. El sabe que mi pasaporte que traigo solo me sirve hasta Panamá – le dije.
– Pero si quieres arriesgarle te ayudaré y dentro de tres días bajaras por estribor cuando todos estén durmiendo – dijo Prado
Aquella noche fría de invierno del mes de Septiembre de 1951, bajo una brillante luna llena iba bajando por estribor. Antes de soltarme del último escalón al agua. Le dije a Pérez Prado; – Gracias por el bolso impermeable que me obsequiaste para yo poder llevar mis motetes. Adiós – le dije.
– Que Dios guie tu camino Cholo – me dijo.
Empecé a brasear con dirección a las luces de la costa. Las anguilas pasaban rosando mi cuerpo. En el bolso que llevaba se paró un pelicano. Me imagino que creía que era yo una boya. Al verme, alzó vuelo y se dio una zambullida tras de las sardinas que saltaban relucientes sobre las olas y brillando con los reflejos de la luz de la Luna.
Una bandada de gaviotas siguieron al pelicano. La brisa, el movimiento de las olas y el ruido de las gaviotas creaban un hermoso sonido musical. Es en ese momento que empiezo a recordar cuando Papá me llevaba al Río Santa a enseñarme a nadar y pescar.
Muchas veces nos acompañaban indios nativos que después que pescaban unos bagres, los cocinaban junto con las papas y maíz que llevaban.
Acompañaban a estos paseos, grupos criollos andinos tocando canciones incaicas tradicionales con las charangas, quenas y la rústica arpa andina. Estos humildes pescadores nos invitaban a disfrutar del almuerzo.
Después de pasar este hermoso pasadía nos alejábamos del rio.
Siempre nos acompañaban los jilgueros, y muchas mariposas de muchos colores, hasta la casa donde nos esperaba Mamá Juanita con una deliciosa cena. La catarata cercana al río, con su caída de las aguas, formaba a veces un arco iris. Me parecía que el rio sonreía al crear estos arcos multicolores.
Por momentos lloraba recordando a mi hermosa ciudad de Caraz donde pasé una niñez maravillosa. Recuerdo que cuando llegaba la hora de dormir mi madre se sentaba en un lado de la cama y cogiendo el rosario rezaba dos Ave María y dos Padre nuestro. Al lado de ella estaba mi padre esperando que ella terminara para con biblia en mano nos leía hermosos versículos.
Ya había nadado como 2 horas y seguía recordando esta época hermosa de mi niñez. A medida que iba nadando trataba que la nostalgia no afecte la ilusión que yo tenía de llegar a América y así seguí recordando interesantes momentos de mi niñez.
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Pibe
Recuerdo que en 1942 la mascota de casa, el querendón de la familia, un perrito llamado Pibe salvo la vida de toda nuestra familia.
Un terremoto destruyó nuestra casa y todos quedamos sepultados con la caída del segundo piso de la casa y no podíamos salir.
Pibe con sus patitas estuvo por tres días raspando los escombros hasta que hizo un pequeño agujero. A través del agujero los vecinos escucharon nuestros llamados de auxilio y procedieron a salvarnos. Cuando salimos abrase a Pibe que tenia las patitas sangrando. Yo tenía 12 años y recuerdo que el párroco de la iglesia lo nombro héroe canino de Caraz.
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Seguía nadando… con mucho frío… hacia las luces de la costa y otra memoria de mi vida previa ocupaba mi mente
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Extraterrestres en Perú
También seguía acordándome del niño extraterrestre que conocí cuando estaba en la escuela elemental. Yo tenía 10 años. Estudiábamos juntos el cuarto grado. Todos los niños de la escuela se burlaban de él porqué tenía la cabeza alargada, totalmente calvo y ojos azules verticales. El era de mi tamaño, muy inteligente y tenía una anomalía de 6 dedos en cada mano.
Los estudiantes de la escuela lo llamaban en idioma quechua “Huancapeca”, que significa cabeza alargada. Era mi mejor amigo. Nunca me burle de él y lo trataba como cualquier otro niño normal.
Años más tarde me entero que en 1947 habían encontrado una nave extraterrestre y junto a esta habían muertos estaban unos hombrecitos idénticos a mi amigo “Huanca peca “.
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Estos recuerdos le daban tranquilidad a mi cuerpo y a mi mente.
Seguía nadando, tratando de llegar a la playa donde las luces me esperaban.
Dios me estaba guiando por este inmenso mar para tener un glorioso Zenit. Para llegar hasta un delta de mí destino.
Me puse a descansar encima del bolso que llevaba.
Creo que dormí unos minutos.
Al despertar seguí nadando. Me acordé lo que me dijo mi amigo Prado;
– “Muchos como tú llegaron a América cruzando el mar Atlántico. Como los españoles, portugueses, ingleses y holandeses. A ellos los llamaron conquistadores o descubridores. Siéntete tú, uno de ellos –
De pronto sentí que mis pies estaban tocando unas piedras del fondo del mar. Caminando sobre la arena bajo el agua, sentí una gran satisfacción de haber logrado llegar a la costa. La alegría que sentía hiso que tomar un puñado de arena. Me lo pase por la cara y grite con gran emoción; – !AMERICA! –
Mis lágrimas se juntaban con las olas del mar que me abrazaban. Caí cansado y me quede dormido sobre la arena.
Estos párrafos son parte de mi autobiografía escrita en mi libro “Injusto Destierro”. Que será publicado muy pronto.
Eduardo Méndez
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