Los Perros También Lloran

Los Perros También Lloran

En 1942, un fuerte terremoto destruyo gran parte de la ciudad de Caraz, ciudad ubicada en los valles de los Andes del Perú, donde toda mi familia vivía. Nuestra casa hacienda tenía una colca (Granero) donde guardábamos los productos de las tierra. El granero tenía un segundo piso. En el primer piso había una sala, 3 dormitorios, un cuarto comedor y la cocina que estaba frente al patio donde había una pequeña laguna para los gansos y patos. A la derecha en una esquina, estaba el corral de los cerdos. Junto a los cerdos estaba un pequeño corralito para los cuyes y las gallinas. Más adelante el almacén de la guardería. Al lado izquierdo del patio había un hermoso jardín con variedad de flores y árboles frutales. En el centro de el patio de la parte de atrás estaba el portón por donde salíamos para cultivar en la “mea” que aproximadamente tenía como 10,000 metros cuadrados.

 

Todas las paredes de los cuartos estaban fabricadas con adobes y argamasa, techado los cuartos con cuartones de madera y cubierta con tejas.

 

Mi familia consistía de nuestros padres; Eduardo Méndez, doña Juana Torres y 5 hijos a saber Hermelinda, Judith, Enrique, Ricardo y Eduardo

 

Todo el pueblo me llamaba Eduardito el soñador porque siempre les estaba contando a mis amigos que me gustaría ser como Robinson Crusoe o como mi padre que viajó en veleros comerciales. Mi padre me contaba las hermosas experiencias que el tenia conociendo extraños países e interesantes culturas.

 

En mi casa había un amor por los animales .Pero el que se ganaba más el cariño era nuestra fiel mascota, Pive. Un perro de mediana estatura de color negro con patas blancas. Siempre estaba con nosotros cuando papa movía el arado con los bueyes y mamá y yo enterrábamos las papas en los surcos que dejaba el acero. Pive nos traía los costales de yute con abono. Siempre cuidaba los animales de corral y a las seis de la tarde los arreaba para que se fueran a descansar al corral. Dormía en un canasto de totora sobre una vieja alfombra persa que para él era un hotel de 4 estrellas.

 

El día 7 de Junio de aquel año sentimos un fuerte temblor como a las 6 de la madrugada. Papá, por experiencias pasadas, nos dijo que nos pegáramos a la pared que daba a la calle Yanachaca. Unos minutos más tarde sentimos un fuerte terremoto que asusto a Pive que salió corriendo a la calle por el zaguán trasero de la casa.

Nosotros no pudimos salir y el segundo piso se derrumbó hacia el frente y todas las entradas se llenaron de adobes y tejas quedando atrapados sin poder salir. Los escombros cubrieron hasta las ventanas de la casa.

 

Papa nos dijo; – quédense donde están y yo veré que puedo hacer para salir de aquí –

Empezó a caminar por los dos cuartos sellados por los derrumbes y al regresar nos dijo; – No hay salida. Ojala que los vecinos nos puedan ayudar. Empezó a grita pero aparentemente nadie nos escuchaba.

 

Empezamos a tener hambre, sueño y miedo pero mamá nos dijo; – Vamos a orar y tengamos fe en Dios. Tranquilícense que yo voy a ver que les puedo dar de comer. Fue a un tinajón donde había pan de maíz y en un cántaro había agua. Parte de lo que nos dio nuestra madre pudimos alimentarnos la primera noche.

 

Papa nos reunió en el centro del dormitorio en donde las paredes estaban más resistentes y por ende eran más seguras. Aquí podemos estar porque una de las tejas del granero se ha movido y por ahí entra un rayo de luz y aire. Papi mirándonos a todos dijo; – ¿y donde esta Pive? – Lo vi salir por el zaguán – dijo mi hermano Ricardo.

 

–       Ojala este vivo – dijo mi madre.

 

Todos estábamos asustados porque no podíamos salir. Ya a mí me daba la impresión que estábamos en un nicho común. El segundo día empezamos a llorar. Mamá nos dijo; – cálmense todo va salir bien si tenemos calma. Esta vez nos dio manzanas, que todavía quedaban en un costal de la cosecha anterior, y agua y nos arropó para que descansáramos. Y pedimos a nuestro ángel guardián que nos protegiera

 

–       Cálmense, voy a buscar alguna herramienta para romper las paredes y así podamos salir – dijo mi padre.

 

De pronto sentimos que los vecinos estaban picando y raspando los adobes. Empezamos a gritar; – Estamos aquí. Estamos vivos – Pero nadie respondió. Los dos primeros días escuchábamos que alguien trataba de sacarnos. Parecía que usaba una cuchara pero era consistente,

 

EI tercer día escuchábamos los ladridos de Pive. Papá fue a ver por donde salían los ladridos y pudo ver una pequeña ranura por donde vio a Pive. El animal usando sus patas había hecho una pequeña ranura entre los escombros.

 

Entonces de afuera se escuchó la voz de uno de los vecinos;

–       ¿Don Eduardo, todos están bien. Me escuchan? Soy Juan Ochoa.

–       Estamos bien pero queremos salir – Respondió mi padre ayúdenos por favor

–       No se preocupe don Eduardo ya estamos en eso. Su perro Pive nos está ayudando.

 

Después escuchamos ruido de pajas, picos y carretas moviendo escombros. Pive animaba ladrando a los trabajadores. Después de varias horas salimos. Toda la gente nos ofrecía alimentos. EI doctor Ortiz estaba chequeando nuestro estado de salud y gracias a Dios solo habíamos bajado de peso. EI primero que se abalanzo hacia nosotros fue Pive. Toda mi familia lo abraso.

 

–       Den gracias a Dios que su perro no descansaba de raspar la pared con sus patas delanteras por dos días consecutivas, ladrando y gimiendo .Hasta que pudo hacer un pequeño agujero y nosotros pudimos escuchar su voz – dijo don Juan.

 

Doña Leticia, esposa de don Juan dijo; – Alguien está herido porque veo las camisas de ustedes ensangrentadas. Empezamos a preguntar si alguno de nosotros había tenido algún percance. Pero mi hermana Judith nos dijo; – ustedes están abrazando a Pive y es el que tiene las patas delanteras ensangrentadas. Cuando todos los vecinos notaron eso. Y uno de ellos exclamo; – Este animal es un héroe no Ie importó lastimar sus patas para salvarlos a ustedes. Gracias a él ustedes pudieron salir.-

 

Pive estaba desnutrido y sus patas estaban ensangrentadas. Algo en su mirada me daba entender que se alegraba de vernos y constantemente movía el rabo. EI doctor Ortiz que iba al hospital en una calesa tirada por un caballo percherón llevando 2 heridos al hospital y al ver a mi perro con las patas ensangrentadas. Me dijo; – Sube al coche con tu perro y llevémoslo al hospital para curar sus heridas. Yo abrase a Pive y subí al coche con él. En el hospital, cuando lo curaban él lamia el brazo del enfermero en señal de agradecimiento. Cuando Ie pusieron los vendajes yo lo acaricie y note que tenía lágrimas. AI notar esto Ie pregunte al señor Godofredo Krantz, enfermero del hospital;

 

–       ¿Los perros pueden llorar?

 

Por supuesto que sí, ellos tienen lagrimares. Por lo tanto tienen la capacidad para llorar. Esas lágrimas que ves en los ojos de tu perro, esta vez no son de dolor. Son lágrimas de alegría que salen de su perruno corazón. Agradeciendo a Dios por estar al lado de ustedes otra vez – dijo el enfermero.