¿Como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros el frescor del aire ni los reflejos del agua.

¿Cómo podrían ser comprados? Lo decidiremos más adelante. Tendrías que saber que mi pueblo tiene por sagrado cada rincón de esta tierra. La hoja resplandeciente, la playa arenosa, la niebla dentro del bosque, el claro en la arboleda y el zumbido del insecto son experiencias sagradas y memorias de mi pueblo. La savia que sube por los arboles lleva recuerdos del hombre de piel roja.

Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra cuando empiezan el viaje en medio de las estrellas. Los nuestros nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo de esta tierra, estamos hechos de una parte de ella. La flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Las rocas de las cumbres, el jugo de la yerba fresca, el calor de la piel del potro: todo pertenece a nuestra familia.

Por eso cuando el gran caudillo de Washington manda decirnos que nos quiere comprar las tierras es demasiado lo que nos pide.

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Parte de de la carta de Seattle, jefe de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos de Norte América, Franklin Pierce, en 1855, en respuesta a su oferta de compra de tierras